Orígen del vidrio
Narra la tradición que el vidrio fue descubierto accidentalmente por algunos mercaderes fenicios, los cuales, para encender una fogata a la orilla del río Belo, en Siria, utilizaron como soporte para la olla bloques de nitrato. Según el relato de Plinio: «El natrón, al fundirse por el ardor del fuego y mezclarse con la arena de la orilla», originó «un nuevo líquido transparente formado por esta mezcla».
Es un detalle el que se hable del río Belo, de cuyas arenas se proveían todavía los vidrieros en tiempos de Plinio.
Los romanos, en torno al 100 a.C., pusieron a punto la producción por soplado dentro de moldes, aumentando enormemente la gama de productos. También fueron los romanos quienes utilizaron por primera vez el vidrio para las ventanas: «bien pobre se debe considerar quien no posee una casa tapizada con planchas de vidrio», escribía Cicerón. La demanda y en consecuencia la producción de planchas y objetos de vidrio disminuyó con el traslado de la capital a Bizancio, pero las técnicas de los artesanos vidrieros no se perdieron.
En la alta Edad Media la producción se redujo a tal punto que los colores se limitaron casi totalmente al verde botella, obtenido con óxido ferroso. En el 500-600 d.C. fue inventado el procedimiento según el cual, soplando en una burbuja que luego se hacía girar, era posible obtener vidrio plano. El procedimiento daba origen a rulos que, emplomados, se convirtieron en las características ventanas venecianas. Fueron probablemente las cruzadas quienes trajeron de Oriente los secretos del arte del vidrio a Venecia, donde a partir del siglo XI esta técnica adquirió un notable desarrollo; su centro y su celoso custodio fue la isla de Murano: quien quería exportar los secretos de la fabricación del vidrio corría el riesgo de perder incluso la vida.
En el año 1200 hubo una nueva innovación técnica, que permitiría fabricar el vidrio plano a través del soplado en cilindros. Con la acción simultánea del soplado y de la fuerza la centrífuga, provocada haciendo oscilar el tubo desde la embocadura, se obtenían cilindros de vidrio huecos de un diámetro de unos 25 cm y hasta un metro de largo. El cilindro era después cortado, aplanado en la fase de recocido, y luego enfriado lentamente (fig. 1).
El vidrio de catedral, opalescente o coloreado, se produce aplanando una masa de vidrio fundido con un rodillo sobre una plancha de acero calentado, como se hace para la pasta con el rulo de madera. Las técnicas elaboradas sucesivamente, y que llevarán a la realización del vidrio plano estirado y del float, no interesan para los aspectos de los que nos estamos ocupando, porque los vidrios soplados utilizados en los vitrales emplomadas se fabrican todavía hoy con las técnicas descritas más arriba.

Composición química

«El vidrio es una solución sólida resultado de la solidificación progresiva sin huellas de cristalización de mezclas homogéneas en fusión formadas principalmente par sílice, sosa y cal.»
Esta es la definición proporcionada por el manual del vidrio de Saint Gobain. Desde el punto de vista químico, el vidrio, en su forma más pura, es anhídrido silícico o sílice, lo cual quiere decir que cada molécula de vidrio está compuesta por un átomo de silicio y dos de oxígeno. La sílice puede ser de arena, de cristales de cuarzo o de pedernal. Para obtener el vidrio puro se necesita llevar la sílice hasta una temperatura de 1650° C, a la que las moléculas se disponen de modo ordenado. Para rebajar la temperatura de fusión, llevándola hasta cerca de 1450 / 1250° C, se añaden carbonato de sodio y caliza. El vidrio así obtenido se define físicamente como un líquido sobrenfriado con los átomos dispuestos de una forma casual.
Principales tipos de vidrio en el comercio
Es posible clasificar el vidrio según las características que nos interesan; se puede partir de una diferenciación según la superficie y los métodos de fabricación.
Vidrios soplados: se distinguen por su brillo extremo, por la superficie irregular pero lisa, con presencia de burbujas, estrías y diferencias de espesor. Se dividen en normales, chapeados (una lámina de color superpuesta a un cristal de soporte), espumeados (con muchísimas burbujas) y regios especiales (con efectos particulares de vetas).
Vidrios de catedral: caracterizados por una textura típica como martillada, tienen colores menos brillantes que los soplados en las gamas de los colores saturados, pero existen muchos en los tintes claros y normales; es el tipo de vidrio más difundido, porque tiene una buena relación calidad-precio. Es importante hacer una distinción entre el catedral antiguo (de textura irregular y con presencia de manchas) y el producido industrialmente (estampado con una textura más regular y dimensiones más amplias de las láminas, pero con un limitado surtido de colores).
Vidrios Opalescentes: a diferencia de los dos primeros, estos vidrios no son transparentes y poseen una superficie marmórea, compuesta de pasta vítrea de más colores mezclados entre sí y que provocan las características vetas. Fueron concebidos en los Estados Unidos, que todavía siguen siendo su mayor productor, para obtener efectos particulares de profundidad o materialidad; son utilizados para la producción de pantallas de luz con la técnica del vitral de cobre o estaño.
Vidrios colorescentes: son los vidrios opalescentes más transparentes, en los que las venas opalescentes pueden superponerse a superficies transparentes del mismo color, creando un interesante efecto de profundidad; algunos de estos vidrios pueden ser también iridiscentes.
Vidrios especiales y compatibles: en estos últimos años han sido creados diversos tipos y con colores excepcionales, gracias a la iniciativa de fábricas que se han especializado en la producción de láminas únicas. Existe además toda una serie de vidrios de catedral y opalescentes, producidos a propósito por vitrofusión: tienen las características de ser compatibles entre ellos, y así pueden fundirse juntos sin provocar tensiones que causarían su rotura.
